En el proceso de proyecto de los edificios, hay dos aspectos del mismo que, por razones que creo se deben solamente al marketing o como hoy se denomina “postureo”, son dejados de lado sistemáticamente no solamente en los procesos de aprendizaje en las escuelas, sino en la mayoría de los despachos profesionales: el diseño correcto de los espacios menos atractivos de los edificios, aquellos que casi nunca serán portada de revista salvo que los firme La Gran Estrella Consagrada, pero de cuyo funcionamiento depende gran parte de la construcción.
En este sentido, siempre recurro a un consejo que recibí de un gran profesional en mi época de estudiante, “empezar a diseñar un edificio desde el parking”. El respeto que se le debe tener a este tipo de estancias es totalmente equiparable al cuidadoso trato que normalmente recibe la joya de la corona del proyecto, ese ventanal multicolor o esa figura de hormigón rememorante del mismísimo Le Corbusier.
Óscar Tusquets, arquitecto y multifacético artista catalán, se quejaba en su libro “Todo es comparable” – recomiendo encarecidamente su lectura – en que la escalera había sido degradada hasta la saciedad en los edificios modernos. Así pues, de la escalinata del Museo Vaticano con doble helicoide habíamos pasado al trato denigrante de un núcleo vertical de un edificio de viviendas, que no pasaba de ser considerado como un cuarto de calderas. Y es que ni siquiera el diseño correcto de las instalaciones parece ser del agrado de la mayoría de diletantes, que ven en las asignaturas puramente técnicas los tediosos tiempos de espera entre las materias de Proyectos.
No es de extrañar que se salga de la carrera sino con rudimentarios conocimientos de estructuras, construcción y las mencionadas instalaciones, las tripas del edificio, que no se ven pero que cuya disfunción pueden provocar la enfermedad del mismo.
Y aquí la ventilación de los bajantes fecales y pluviales es fundamental. Cuántos cuartos de baño envueltos en celofán deben malgastar kilos de ambientador a causa de un sistema de evacuación deficiente en cuanto a aislamiento de los olores. Para empezar, la ventilación primaria de un bajante debe producirse a una cierta altura del suelo de cubierta que no sea alcanzable por el hombre, para que los malos olores no topen con sus narices. Por tanto, se deben prolongar las tuberías de los bajantes como mínimo 1,80 metros sobre la rasante de la azotea o utilizar dispositivos de aireación mecanizados. Si tienes problemas de este tipo, en otro post ya hablamos de cómo ventilar una casa.
Para subir nota, podemos incluir otro bajante de ventilación en paralelo al principal, que se halle en el extremo opuesto del ramal horizontal y descargue al principal de los malos olores. Su salida al exterior puede realizarse de igual guisa que el principal. Y por último, la ventilación terciaria es un complemento indispensable en edificios cuya altura sea considerable (se consideran las catorce plantas como valor mínimo) y cuyos ramales principales superen los cinco metros de longitud. Se trata de descargar de manera horizontal al ramal horizontal base, de manera análoga que la ventilación secundaria descarga al bajante principal.
En resumen, los bajantes no solamente son esos feos intestinos que se advierten en infinidad de patios de ventilación – y hasta de fachadas medianeras -, sino un muestrario claro de cómo es el confort olfativo de la vivienda. Las fotografías de los edificios podrán relucir más que el oro, pero si fuesen acompañadas del olor de los mismos, es probable que nos llevásemos más de una sorpresa.
Es importante calcular la ventilación para trámites como el Certificado de eficiencia energética, o para cumplir las condiciones mínimas de habitabilidad.
