Mejora de la eficiencia energética de la envolvente térmica

Mejora de la eficiencia energética de la envolvente térmica

Alejandro

Alejandro

Arquitecto

Publicado el 22/02/2017

Eficiencia energética de las fachadas

Si se realiza un repaso de la historia de la construcción, vemos cómo la eficiencia energética de las fachadas es el indicador más fiable de su fecha de levantamiento. En líneas generales, durante la mayor parte de la historia se ha edificado con una hoja y se ha confiado al grosor de dicha hoja la estanqueidad y la seguridad, ya que en tiempos pretéritos no se pensaba nunca en clave de eficiencia energética ni aislamiento. El grueso de las construcciones desde que el hombre empezó a tener uso de razón hasta el siglo XX funciona de esta manera.

En el siglo XX, se descubrió el ahorro constructivo y la posibilidad de bajar el presupuesto de las partidas edificatorias a base de sacrificar material y así en multitud de edificios tenemos la temida hoja simple de medio pie, que se multiplicaría hasta mediados de los años 60.

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La cámara de aire empezaría a utilizarse a partir de entonces con cierta asiduidad en el primer intento de eficiencia energética generalizado que huyese de las rarezas patentadas por Trombe o Buckminster Fuller, luego se añadiría el aislamiento térmico, la fachada ventilada, el muro-cortina en vivienda y finalmente, se descubriría que lo importante no era intentar que el derroche de energía para mantener en condiciones de confort un habitáculo no escapase hacia el exterior, sino que la energía se gastase lo menos posible para mantener en condiciones de confort el mismo habitáculo.

Rehabilitación energética

Y en este último postulado se basa toda la rehabilitación energética, que además en España está siendo potenciada en los últimos tiempos por la concesión de ayudas y subvenciones. El último bloque, el programa PAREER, que acabó a finales de Diciembre de 2016.

Por una parte, tenemos la vertiente que se encarga de reparar los desastres pergeñados en el pasado y de “arreglar” edificios que pierden energía a chorros; y por otra, diseñar las construcciones con el fin de que la energía que necesiten para mantenerlos en condiciones habitables sea mínima.

En edificaciones de grosor de fachada de grandes proporciones, por supuesto, no tiene ningún sentido realizar algún añadido aislante salvo para reparar filtraciones, porque el propio grosor de la envolvente confiere el ansiado aislamiento que vale para todas las épocas, un estándar que funciona hoy en día en la tipología de la Passivhaus, que tuvo su germen en 1988.

Sin embargo, en edificaciones de fachada de una hoja o peor aún, de una hoja de medio pie de ladrillo, el margen de reparación energética es muy extenso. Desde instalar una nueva fachada de aislamiento térmico por el exterior con acabados estéticos, o realizar la misma reforma por el interior de las viviendas.

Hay que prestar especial atención a los huecos como ventanas, lucernarios, galerías, ya que son fuente de puentes térmicos, que podrían hacer que los esfuerzos de aislamiento de la propia fachada queden en segundo plano. Por tanto, anular el puente térmico lo máximo posible mediante una homogeneización material, cámaras de aire, burletes, doble ventana y doble vidrio, especial tratamiento de las cajas de persianas y piezas como jambas, alféizares o dinteles; se revela como imprescindible.

Ahorrar energía en el edificio

Finalmente, debemos considerar el edificio como un todo, y no solamente es la fachada el elemento a tratar. La cubierta debe ser una continuación del buen hacer de la fachada y no un añadido que hay que construir porque sí, y lo mismo se tiene que considerar con el encuentro con zonas no habitables como garajes o directamente con el suelo. Muchas veces se tiende a pensar como esos espacios como los desechos del inmueble y no nos damos cuenta de que el buen diseño de esos paramentos que no quedan tan bien en las revistas es fundamental para ahorrar energía.

Y, sobre todo, para un buen funcionamiento energético, de una vez por todas hay que meterse en la cabeza que la fachada que dé a un patio interior no es de segunda clase, y que ese patio interior, aunque esté resguardado relativamente de la meteorología, sigue siendo exterior y merece igual tratamiento energético que la fachada principal. Es muy desagradable encontrarse con edificios de menos de diez años de vida que presenten este defecto de “diferencia de clases” entre paramentos.

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